
Éste reportero se encontraba en una asignatura en El Salvador, cubriendo la guerra civil contra el gobierno Sandinista, cuando fue secuestrado junto a otras personas en la selva por los rebeldes.
Tropas del gobierno americano descubrieron la ubicación y planearon una operación de rescate. Pero en lugar de devolver a los rehenes, los rebeldes centroamericanos decidieron ejecutarlos con un balazo en la cabeza.
Uno a uno fueron muriendo los capturados, hasta que el último turno fue para el corresponsal gringo, quien fue puesto de rodillas por uno de sus verdugos al mismo tiempo que colocaban una pistola en su cabeza, listo para apretar el gatillo.
Justo en ese momento final, y mientras escuchaba el sonido del corte de la pistola a punto de ser disparada y darle muerte, el reportero pensó en una persona muy amada. No era su esposa, quien lo esperaba en casa... Sino aquella niña de quien estuvo enamorado en su adolescencia.
Se trataba de una mujer a quien no le había hablado en años, y de quien ni siquiera se acordaba. La última vez que supo de ella había sido hace más de una década.
En ese momento, una explosión sacudió el tejaban donde se encontraban; una operación conjunta de marinos estadounidenses y fuerzas militares del gobierno salvadoreño entraron con todo su poder y eliminaron a todos los rebeldes en un combate lleno de explosiones y balazos. El reportero neoyorkino fue el único sobreviviente.
Pasaron los días, y éste joven reflexionó profundamente en ese misterioso momento inesperado de claridad en donde la verdad le fue manifestada. La providencia le había otorgado una segunda oportunidad en la vida, y para él no había duda acerca de lo que debía hacer:
Tan pronto como regresó a casa, llamó a su amor adolescente. Ella le contó que estaba divorciada. Así que el reportero dejó a su esposa y se casó con la chica.
Probablemente no sea un final felíz de cuento de hadas, pero sí un final felíz de la vida real.