Días después, aparece en Rolling Stone una carta abierta al público escrita por Mary Weiland, esposa del cantante fallecido, la cual me pareció bastante reveladora y emotiva, con un muy profundo mensaje sobre lo que significa ser padre en éstos tiempos, no importa si eres figura pública o no.
No puedo imaginar el profundo dolor por el que Mary Weiland debió haber pasado al descubrir públicamente sus sentimientos en ésta carta, todo por amor a sus hijos. He aquí la versión traducida en español (Para versión original, Click Aquí):
El 3 de Diciembre del 2015 no es el día en que Scott Weiland murió. Es el día oficial en el que el público se va a acostumbrar a estar de luto por él, y es el último día en el que fue puesto frente a un micrófono para la ganancia financiera o el entretenimiento de otros.
El flujo de condolencias y rezos ofrecidos a nuestros hijos, Noah y Lucy, ha sido abrumador, apreciado y aún confortante. Pero la verdad es que así como muchos otros niños, ellos perdieron a su padre años atrás. Lo que ellos en realidad perdieron ese 3 de Diciembre fué la esperanza.
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Leemos reseñas horribles de shows, vemos videos de artistas en picada, sin la capacidad de recordar la letra de una canción en un teleprompter que tienen en frente. Y luego hacemos click en "add to cart", ya que lo que pertenece de hecho a un hospital, es algo que hoy en día consideramos arte.
Muchos de éstos artistas tienen hijos. Hijos con lágrimas en sus ojos, experimentando pánico debido a que nadie escucha sus llantos.
Quizás se pregunten: "¿Cómo íbamos nosotros a saber? ¡Leímos que Scott amaba pasar tiempo con sus hijos y que había estado libre de drogas por años!"
La realidad, lo que ustedes no quisieron reconocer, era a un hombre paranoico que no podía recordar sus propias letras de sus canciones y a quien habían fotografiado con sus hijos sólamente un par de veces en 15 años de paternidad. Siempre quise compartir sobre ésto más de lo que cualquiera pudiera sentirse a gusto compartiendo.
Cuando escribí un libro hace algunos años, me llenaba de dolor a veces tener qué pasar por alto tanta pena y lucha interna, pero hice lo que era mejor para Noah y Lucy. Yo sabía que algún día ellos verían y sentirían todo aquello por lo que yo siempre había tratado de protegerlos, y que eventualmente ellos serían lo suficientemente valientes como para decir: "Ese desastre era nuestro padre. Lo amamos, pero de una mezcla profundamente arraigada de amor y decepción estaba hecha la mayoría de nuestra relación con él".
Aún después de que Scott y yo nos separamos, pasé incontables horas tratando de calmar sus arranques paranoicos, llevándolo a la fuerza a la regadera y llenándolo de café, tan sólo para poder llevarlo al show de talentos de Noah o al musical de Lucy.
Esos encuentros cortos eran mis intentos de darle a los niños un sentimiento de normalidad con su papá. Pero cualquier cosa más allá de eso frecuentemente se tornaba en algo aterrante e incomfortable para ellos. El haber pasado tantos años inmersa en las múltiples enfermedades de Scott me llevó a mi propia depresión: En un punto, yo estaba mal diagnosticada como bipolar. Temí que lo mismo pudiera pasarle a mis hijos. E incluso hubo momentos en el que el Servicio de Protección de los Niños no le permitía a Scott estar solo con ellos.
Cuando Scott tuvo otra relación, yo esperaba que quizás eso lo inspiraría a crecer como persona. Yo lo alentaba a que saliera con alguna "chica normal", una mujer que fuera también mamá, alguien que tuviera la energía para amarlo, energía que yo ya no tenía.
En lugar de eso, cuando Scott volvió a casarse, los niños fueron reemplazados. Ellos no fueron invitados a su boda; los cheques de pensión nunca llegaban. Nuestro dulce hijo alguna vez católico se negaba a ver otros niños participar en las pastorelas de navidad, ya que él ahora era ateo. Ellos nunca han puesto pie en casa de Scott y no pueden recordar la útima vez que lo vieron en un Día del Padre.
No estoy compartiendo ésto contigo para juzgarlo, lo hago por que es probable que tú tengas al menos un hijo en los mismos zapatos. Si lo tienes, por favor reconoce su experiencia. Ofréceles acompañarlos a algún baile de padres e hijas, o enséñales a lanzar un balón de football. Incluso el más valiente de los niños o las niñas se abstendrá a pedir algo así; quizás él o ella puedan estar avergonzados, o quizás no te quieren incomodar. Sólamente ofréceles, o aún insiste, si tienes qué hacerlo.
Éste es el paso final en nuestro largo adiós a Scott. Aún y cuando sentí que no teníamos otra opción, quizás nunca debimos haberlo dejado ir. O quizás éstos últimos años de separación fueron su regalo de despedida para nosotros, la única manera en que él pudo pensar para ablandar lo que él sabía que algún día nos iba a aplastar en lo profundo de nuestras almas.
A través de éstos años, yo podía escuchar su tristeza y confusión cuando me llamaba en la medianoche, frecuentemente llorando debido a su falta de capacidad para separarse él mismo de gente negativa y malas decisiones.
No diré que ahora él puede descansar, o que está en un mejor lugar. Él pertenece con sus hijos haciendo un berbecue en el patio y viendo un juego de Notre Dame. Estamos enojados y tristes por ésta pérdida, pero más devastados estamos por que él eligió rendirse.
Noah y Lucy nunca buscaron perfección de su papá. Ellos sólamente esperaban un poco de esfuerzo. Si tú eres un padre el cual no estás dando tu mejor esfuerzo, todo lo que cualquiera te pide es que te esfuerces un poco más y no te rindas.
Progreso, no perfección, es por lo que tus hijos están rezando.
Nuestra esperanza para Scott ha muerto, pero aún hay esperanzas para otros. Vamos a elegir el hacer de ésta ocasión la primera vez en la que no glorificamos ésta tragedia con charlas de rock and roll y demonios que, por cierto, no tienen nada qué ver con ésto.
Pasemos por alto las camisas deprimentes con las fechas 1967-2015 en ellas. Mejor usemos ese dinero para llevar a un niño al estadio o por un helado.
Mary Weiland, Diciembre 7, 2015