Una honorable y apreciable familia de Linares se encontraban de vacaciones en Orlando, Florida. En éste viaje iban el padre, la madre, los hijos (ya no recuerdo el número, ni cuantas chicas, chicos, niños o niñas)... Y la abuela...
Era la primer vez que la abuela viajaba al extranjero, luego de toda una vida sencilla y mundana como ama de casa, que dedicó a atender las necesidades de su marido e hijos.
Cuando los años pasaron y su esposo había partido de ésta vida, los hijos, ya en edad adulta, decidieron que sería buena idea regalarle un gusto a su madre al llevarla a un viaje inolvidable con los nietos a conocer Disney World.
Dicho viaje hubiera sido idílicamente perfecto, si no fuera por un pequeño detalle; a la abuela le aterraban los negros.
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Ella, una señora de edad muy avanzada; mujer típica de un pueblo bicicletero casi rural del norte de México, quien nunca había visto un negro en persona. Mucho menos había hablado con uno.
Para una señora de esa época, de cuando muy apenas existía el televisor a blanco y negro (valga la redundancia), nos es fácil entender que la única referencia que la abuela tenía sobre los hombres de color era a través de éste medio...
... Y no se necesita ser adivino ni tan perspicaz para darnos cuenta que el estereotipo que vemos sobre los negros en las películas y las noticias, no siempre es el más favorable.
Entonces a la abuela le causaban pánico los negros. Les tenía miedo total. Pues pensaba que podían hacerle daño. Y les tenía miedo a pesar de nunca haber visto uno en su vida, más que en películas y noticias.
Dicho detalle cobró relevancia cuando la familia se encontraba en el aeropuerto de Orlando, esperando su vuelo de regreso a Monterrey, pues de camino al andén correspondiente, sucedió el preámbulo para lo que sería la tragedia del día; la abuela se topó accidentalmente y de frente con un enorme negro.
Dicen las aficionadas lenguas comunicativas que ese morenazo en particular era todo un caballero; uno muy bien vestido con un elegante traje y zapatos caros. Además, llevaba consigo un hermoso y vistoso maletín de piel, y en su rostro llevaba un semblante encantadoramente simpático. Un hombre muy apuesto, de hecho.
Pero eso le valió puro rábano a la señora, por que finalmente se trataba de un negro, y a la abuela le asustaban los negros, fuera quien fuera, bien o mal vestido, encantador o no.
Y entonces sucedió lo inevitable: Luego del choque imprevisto, la abuela miró fija y temerosamente a ese afro-americano glamoroso con el que acababa de toparse, y éste le ofreció una muy amistosa y cálida sonrisa.
Me es imposible imaginarme el enorme impacto que ese momento tan intenso ha de haber provocado a la pobre abuela; de nunca haber visto a un negro en su longeva vida (más que en películas y en las noticias), a que su primer experiencia con uno sea un negro de tal calibre que le sonreía con tal candor, mientras éste la tomaba gentilmente del brazo para decirle en un inglés muy americano:
"I'm sorry, mam."
Predeciblemente, la doña no pudo resistir la impresión de aquel encuentro que incluyó la mirada coqueta y dentadura blanca cuasi-perfecta del mulato en cuestión, tan sólo para caer desvanecida en medio de la multitud aquella mañana en el aeropuerto.
Subsecuentemente, la familia, entendiblemente alterada y preocupada, tuvieron qué perder el vuelo para que la abuela pudiera recibir atención médica de urgencia.
Esa misma noche, la señito despertó en un cuarto particular en un hospital de Orlando. Los integrantes de la familia sintieron alivio de saber que ese desmayo temporal no pasó a algo más grave que afectara la salud de la senil matriarca.
Simple hiperventilación, dijo el doctor, como consecuencia del trauma causado por haberse topado de frente con ese enorme hombre carismático de piel oscura, y como causa del pavor que a la abuela le provocaban los negros, fuera quien fuera, bien o mal vestido, encantador o no.
En seguida de la cama de donde la abuela se encontraba postrada, se encontraba una mesita con regalos, entre los cuales destacaban una caja con chocolates finos, un enorme ramo de rosas perfumadas, una fotografía autografiada del negro que había asustado a la pobre abuela con tan sólo sonreírle y tocarla...
... y una nota personalizada que decía:
"Perdone usted señora, de corazón, por provocarle un retraso en su vuelo. Con amor, Eddie Murphy".