Hasta que un día en particular fuí testigo de algo que cambió mi perspectiva sobre el asunto... y también la opinión que yo tenía del viejo, mi querido viejo.
Una tarde en particular, a la hora de salida en la primaria del Colegio Linares, mi padre fué a recogerme.
Debo platicarlo, aunque ciertos amigos míos se enojen por lo que voy a decir; pero la hora de la salida en el Colegio era un desfile de mamonería social, ya que los padres de los demás niños llegaban a recogerlos en sus flamantes autos deportivos nuevos de agencia.
Llegaban todos en sus Camaros, Mustangs, Chryslers y Dodges doble cabina. Las mamás llegaban en sus minivans, igual de mamonas.
En cambio, mi papá manejaba una carcacha vieja, que más que Chevrolet Caprice de 1979 color blanco, parecía el barco de Forrest Gump, al que le puso como nombre "Jenny".
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Él decía que le gustaba andar en ese enorme yate setentero, por que le parecía una estupidez y mala inversión comprar auto de agencia.
"Para cuando saques el auto de la agencia, ya perdió 25% de su valor. Con ese dinero, prefiero mejor invertir en una casa y rentarla, y con lo que me sobra prefiero comprar un automóvil usado que ya venga con su respectiva depreciación."
A juzgar por su amor incondicional a su muy amado Chevrolet Caprice 1979 color blanco... ¡Vaya que qué pinche depreciación de pelao!...
(Los que aquí me leen y que vivieron conmigo legendarias pedas pueblerinas a los 16 años en ese intento cómico de automóvil saben bien de lo que hablo... Esas historias van para otro post.)
La realidad es que mi padre amaba tanto a ese buque transatlántico, Titanic urbano, que con su titánico tamaño abarcaba ambos carriles de las diminutas calles empedradas de nuestro Pueblo Mágico.
(La diferencia es que el Titánic se hundió con todo y Leonardo DiCaprio; al Chevrolet Caprice 1979 color blanco no lo hundió ni siquiera el huracán Gilberto de 1988).
Mi padre amaba tanto a esa nave espacial salida de las películas de El Santo y Blue Demon, que nunca se despegó de él cuando bien podía adquirir fácilmente un flamante auto como el del resto de los padres de familia.
¿Cómo no iba a amar a esa fortaleza rodante? Si mi padre era un hombre bajito de estatura; obviamente, y con lo imponente que se veía manejando ese abominable armatoste, se sentía virrey.
Y continuaba Don Pedro: "Así de esa manera, y con mi cochecito, tengo un ingreso pasivo producto de la inversión en mi propiedad y tampoco no ando a pie como los pendejos."
Desde luego, papá no podía andar a pie, pues a sus 60 años ya no podía, el cabrón. Él era la representación por antonomasia de ese verso famoso: "Viejo, mi querido viejo, ahora ya camina lento, como perdonando al viento".
Viejo, pero nada pendejo era mi viejo... y sospecho que la razón por la cual el viento le pedía perdón, era por las emisiones de esa enorme máquina asesina Chevrolet Caprice, las cuales estoy completamente seguro que fueron responsables en parte de la crisis actual del calentamiento global.
El caso es que aunque mi papá ya estaba bien entrado en sus 60's, ese día, a la hora de salida del Colegio, llegó con una vitalidad que no se comparaba con la del resto de los padres de familia, que estaban en sus 30's y 40's.
Nunca entendí esa vitalidad de mi padre. Quizás sería por que a sus 60 años ya sabía lo que era la chinga de los negocios en un pueblo chico, infierno grande, y resulta que mi padre era el Lucifer de ese Pueblo no tan Mágico (y el Chevrolet era la bestia de 7 cabezas que describió el apóstol San Juan en el libro de Revelaciones).
Hay un refrán que reza que "Más sabe el diablo por viejo que por diablo"... Pero estoy seguro que mucha gente en Linares que conoció a mi padre, estarán de acuerdo que más sabía Don Pedro por diablo que por viejo...
... Mientras que el resto de los padres de familia aún tenían qué pelársela 12 horas diarias de Lunes a Domingo para poder pagar las mensualidades de sus cochecitos flamantitos... y las igualmente flamantes e infladas cuotas de ese pinche colegio mamoncito de maestras aún más mamoncitas.
(Sorry, teachers y misses... Las quiero!!... I Luv ya!!)
El caso es que lo que más me llamó la atención ese día en que mi padre fué a recogerme, fué la manera tan honorable en la que el resto de los padres de familia se dirigían a él..
- "Buenas tardes Don Pedro! ¿Cómo se encuentran Doña Coco y sus hijos?"
- "Don Pedro! Mucho gusto!"
- "Don Pedro! ¿Cuando puedo tener una cita en su oficina?"
- "Don Pedro, a la tarde voy a liquidar lo que queda del préstamo"
- "Saludos Don Pedrito! Qué elegante se ve hoy"
- "Don Pedro, quiero ver si puedo ir a hablar con usted para ver si le puede ofrecer trabajo a mi hijo el mayor"
- "Don Pedro! ¿Sí nos va a patrocinar el equipo de baseball?" (Si alguna vez pasan por la ya mundialmente famosa Petaca, verán un parque de baseball que lleva por nombre "Parque Pedro Siller")
La verdad es que en ese tiempo no era común que mi papá fuera a recogerme. De hecho, nunca lo hacía, ya que yo siempre me iba a casa por mi cuenta en la ruta escolar o en bicicleta, dependiendo del día.
Por esa razón es que su presencia en el Colegio aquella tarde fué sorpresiva. Fué como si a la escuela nos hubiese visitado Marlon Brando en el papel de "El Padrino", en la escena cuando todos le besaban el anillo... (el del dedo).
Más sorpresivo para mí fué ver con nuevos ojos a éste señor, de quien todos esos hombres jóvenes dueños de autos elegantes le tenían profundo respeto a éste viejo, mi querido viejo, dueño de una enorme lancha... (perdón)... dueño de un Chevrolet Caprice 1979, blanco (al cual nunca volvió a darme pena subirme) de quien yo me sentiría tan orgulloso de decir que era mi padre.
13 años después de su lamentable fallecimiento, del cual recordamos mi familia y yo durante éstos días finales de Septiembre, todavía puedo sentirme orgulloso de decir que Don Pedro Siller fué mi padre.
Todavía puedo sentirme orgulloso de decir que fué una persona (y personaje) muy querida y recordada en nuestro pueblo, a juzgar por las cantidades enormes de personas que fueron a despedirlo aquella mañana triste de otoño en el Parque Jardines de San Felipe, en donde actualmente descansa en paz.
Ese sentimiento de orgullo se vió interrumpido, aunque por unos minutos, por el hecho de que al irnos a casa, mi papá le pasó por encima a una bicicleta que estaba ahí tirada en medio del estacionamiento... Con todo el peso del fierro viejo de su poderoso y flamante Chevrolet Caprice 1979 color blanco.
"Papá!! Esa era la bicicleta de ___________"
(Omito el nombre del dueño en cuestión... digamos que se trataba de uno de los chicos más populares del Colegio Linares... y a parte el bully... y coincidentalmente hijo de uno de muchos rivales de negocios de mi papá).
Don Pedro no dijo nada... simplemente siguió manejando alegremente con su brazo en el volante, esbozando una media sonrisa malévola que exhibía su satisfacción.